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miércoles, 8 de mayo de 2019

PERSONAJES HISTÓRICOS QUE NO MURIERON DE LO QUE SE CREÍA

El caudillo visigodo Alarico I, aquí pintado por Ludwig Thiersch, murió de malaria poco después de saquear Roma. Ludwig Thiersch Hay médicos cuyos pacientes murieron hace 200 o 2.000 años. Rara vez tienen sus cuerpos para hacerles un diagnóstico. Así que tienen que recurrir a los libros de historia, aprender griego o latín para leer las fuentes originales o preguntar a los historiadores del arte. Son los paleopatógrafos y se meten en una máquina del tiempo para descubrir la enfermedad que marcó la vida de grandes personajes de la historia, enfermedades que marcaron la historia de todos.

"La paleopatología tradicional investiga las marcas de la enfermedad en huesos y momias pero, si realmente quieres saber cómo se manifestaban las enfermedades hace siglos y cómo han evolucionado tienes que estudiar también las señales y síntomas en pacientes antiguos", dice el médico y paleopatólogo del Instituto de Medicina Evolutiva de la Universidad de Zúrich, el italiano Francesco Galassi. A falta de restos de pacientes antiguos "las biografías de personajes históricos, con la cantidad de fuentes que hay sobre ellos, ofrecen una posibilidad", añade un Galassi incluido en la lista Forbes de los mejores investigadores menores de 30 años.

La paleopatografía describe la enfermedad de pacientes de hace siglos usando los registros históricos:

Uno de esos personajes es Julio César, el creador del Imperio romano. Aparte del interés que pueda tener por sí mismo, las biografías de los grandes de la historia como César, "no deben ser estudiadas por su fama sino porque son las únicas que ofrecen información biomédica relevante del pasado", argumenta Galassi. Fruto de esa visión es el libro Julius Caesar's Disease (La enfermedad de Julio César, aún no editado en España) que, junto a su colega del Imperial College de Londres, Hutan Ashrafian, ha escrito sobre el dictator romano.

La historia oficial cuenta que Julio César era epiléptico. Sin embargo, para Galassi y Ashrafian existe otra posibilidad que encaja mejor con lo que sus biógrafos cuentan de la vida del romano. Su tesis, expuesta en 2015, es que el general sufrió al menos dos derrames cerebrales. En el libro de ahora, además de acumular más pistas y argumentos, afinan el diagnóstico: ataque isquémico transitorio. Esta especie de mini ictus podrían haberse repetido a lo largo de la vida de César.

"¿Por qué muchos grandes personajes han tenido epilepsia? ¿Era porque tenían una gran incidencia o había una segunda intención?", plantea el paleopatólogo italiano. La epilepsia era considerado un mal sagrado, el morbus comitialis que paralizaba una sesión del Senado romano. Pero también aparece en escritos aristotélicos relacionada con la genialidad. "Si César, en especial en sus últimos años, no podía ocultar que tenía una enfermedad ¿qué era mejor para él, decir que tenía una enfermedad cualquiera que le debilitaba o una asociada con la divinidad? Creo que la respuesta era obvia para alguien que sabía qué gestos usar para impresionar al pueblo", explica Galassi. Otros grandes, como Napoleón, también dijeron ser epilépticos.

Impacto en la historia:

La revisión de las fuentes antiguas con ojos de médico permite esclarecer episodios de la historia aún confusos. Es el caso de la repentina muerte de Alarico I. El rey visigodo se atrevió a saquear Roma, ciudad inexpugnable durante casi un milenio, en el año 410. El saqueo es para muchos el símbolo del ocaso del Imperio romano. Pero Alarico quería más, pensaba pasar a África, el granero del imperio. Sin embargo, murió ese mismo año de unas fiebres a su paso por Calabria.

Siguiendo el enfoque multidisciplinar de la paleopatografía, un equipo de historiadores de la medicina, antropólogos y epidemiólogos en el que estaba Galassi concluyó el año pasado que el Plasmodium falciparum, el protozoo causante de la malaria fue el asesino más probable de Alarico. "Venía de una región donde no existía la malaria", recuerda Galassi, por lo que su sistema inmunitario no estaba entrenado, "y fue a una región, Calabria, donde la enfermedad fue endémica hasta los años 70 del siglo pasado", añade.

Los casos como el de Alarico se salen de la historia de la medicina para saltar a la historia a secas. Aunque no es el objeto de los paleopatógrafos, a veces la enfermedad de un solo hombre altera el curso de los acontecimientos. La que sufría Enrique VIII debe ser una de las más investigadas a tenor de la cantidad de estudios que hay sobre la salud de este personaje. Rey inglés entre 1491 y 1547, se casó seis veces, para lo que tuvo que romper con la iglesia de Roma, y tuvo otras tres amantes. Con tanto casorio buscaba un heredero varón que prolongara su dinastía. Pero entre abortos e hijos nacidos al poco de morir, solo uno de ellos, Eduardo VI, llegó a gobernar un lustro antes de morir con 15 años.

Un problema en la sangre de Enrique VIII explicaría sus problemas para tener hijos varones vivos a pesar de casarse seis veces. El problema no eran sus mujeres, eran sus genes. "Enrique debía tener alguna condición médica transmitida por línea paterna que pudiera causar pérdida del feto, abortos o muerte neonatal", comenta la antropóloga Kyra Kramer. Junto a su colega Catrina Banks, investigadora del Museo de Nuevo México (EE UU), Kramer hizo uno de los diagnósticos más convincentes sobre los problemas de Enrique VIII. El rey inglés bien pudo sufrir el síndrome McLeod y su sangre unos antígenos que condenaban a sus hijos varones.

"Los historiadores se enfrentan a grandes obstáculos en su intento por descubrir la verdad y es aún más difícil hacer un diagnóstico médico usando solo información recogida de algunos registros históricos quizá sesgados", recuerda Kramer, autora del libro Blood Will Tell: A Medical Explanation for the Tyranny of Henry VIII (algo así como La sangre lo contará. Una explicación médica de la tiranía de Enrique VIII, sin editar en España). Para Kramer, solo un complicado análisis genético podría confirmar sus conclusiones. Hasta entonces, escribe Kramer "la única manera de definir la verosimilitud de la hipótesis McLeod era recurrir a recursos médicos e históricos para ver si había suficiente correlación entre los hechos de la vida de Enrique y la teoría". Pura paleopatografía.

De la narcolepsia de Dante a la ELA de Champollion:

Entre Francesco Galassi y Hutan Ashrafian, los autores del libro sobre la enfermedad de Julio César, han hecho más de una veintena de diagnósticos a personajes históricos.

Algunos casos, como la narcolepsia de Dante Alighieri, se basan en el análisis de pasajes de su obra, la Divina Comedia, donde el propio Dante es uno de los protagonistas. En otros, como el del francés Jean-François Champollion, padre de la egiptología y descifrador de los jeroglíficos, se basa en fuentes secundarias. El estudioso de la piedra Rosetta empezó a tener problemas de movilidad hasta acabar completamente paralizado poco antes de morir en un caso probable de esclerosis lateral amiotrófica.

Ashrafian en solitario ha buceado en los documentos y restos arqueológicos del pasado para encontrar los primeros ejemplos de algunas enfermedades. Así, ha hallado casos de ictus entre los reyes elamitas que pudieron alterar el curso de sus guerras con los asirios, o ha estudiado la herencia de afecciones entre los faraones egipcios.

Galassi, por su parte, también bucea en personajes mitológicos o ficticios para estudiar la representación de la enfermedad en el pasado y su evolución. Así, ha diagnosticado a Medusa, la fimosis del dios Príapo de los frescos de Pompeya o apuntado a que la deformidad grotesca de Polichinela podía deberse a la tuberculosis.


viernes, 8 de marzo de 2019

PIRÁMIDES ¿TEMPLOS O TUMBAS?

1837. El coronel británico Richard Howard Vyse, ayudado por su colaborador Perring, encontró en la cámara funeraria de la pirámide de Menkaure (Micerinos), excavada en la propia roca a unos seis metros bajo el suelo, un enorme sarcófago de basalto con inscripciones y sin su tapa, cuyo peso era de unas tres toneladas. En su interior no había ninguna momia, pero sí un par de sorpresas: la tapa de otro sarcófago de madera antropomorfa y ¡unos restos humanos!

Aparentemente, correspondían a destrozos de la momia real. Eran huesos y unas pocas tiras de lino con los que la momia habría sido envuelta para el enterramiento. En otra cámara superior de la pirámide descubren algunas piezas de basalto que corresponden a la tapa del sarcófago anterior, algo insólito, pues no hay respuesta a por qué una tapa de un peso extraordinario habría sido llevada hasta allí arriba.

Hasta aquí podríamos deducir dos cosas: que la pirámide de Micerinos fue realmente la tumba del faraón que la mandó construir y que su momia fue expoliada y robada hace siglos y quedan tan sólo pequeños guijarros de la venda y unos huesos reales diseminados por el suelo. Serían los primeros restos humanos de un posible faraón encontrados dentro de una pirámide. Los egiptólogos se frotaron las manos y empezaron las investigaciones con sus respectivas sorpresas, empezando por el hecho de que todo lo encontrado ha tenido un destino muy diferente. El sarcófago de basalto del faraón se envió un año más tarde a Inglaterra, a bordo de la goleta Beatrice, que naufragó frente a las costas de Cartagena, en España, y allí sigue hasta el momento. La tapa del sarcófago de madera, muy deteriorada, se expone en la primera planta del Museo Británico de Londres. Se realizaron análisis de este segundo sarcófago y los estudios tipológicos demostraron que databa de la época saíta, es decir, la dinastía XXVI (siglo VI a. C.), claramente reconocible debido a la forma antropomorfa de la tapa. Primer chasco.

Toca el turno a los huesos que se analizaron mediante el sistema de Carbono 14, y se confirma que no eran los de Micerino ni los de ningún faraón saíta: correspondían a un varón del siglo II d. C., es decir, de época cristiana. Segunda desilusión.

Así pues, ¿las pirámides fueron tumbas reales? ¿Qué clase de monumentos son esos que se extienden en la meseta de Gizeh construidos con millones de bloques de piedra en honor a tres faraones?

Parecen dos preguntas de Trivial Pursuit y la respuesta es fácil: son tres grandes pirámides (la única de las siete maravillas del mundo que aún se mantiene en pie), junto con la imponente Esfinge y el gigantesco complejo funerario que se extiende a lo largo de toda La meseta.

Y dos nuevas preguntas: ¿todo ese esfuerzo era para honrar la memoria de tres faraones de la dinastía 4ª? ¿Eran tres tumbas enormes a mayor gloria de tres reyes megalómanos?

En un primer momento, la historia siempre ha otorgado un carácter funerario a las tres pirámides egipcias, y eso porque en su interior se han encontrado cajas de piedra parecidas a sarcófagos, como la de granito rosa que se encuentra en el interior de la cámara del rey de la pirámide de Keops, un curioso receptáculo pétreo que es más grande que la pequeña puerta que da acceso a la estancia, lo cual obliga a suponer que se colocó antes de dar por terminada la cámara real.

Hoy en día son más los egiptólogos e investigadores en general que se inclinan por aceptar una doble finalidad en estos monumentos: no solo tendrían una clara función funeraria, sino también una misión iniciática o mística. Pero las preguntas siguen en el aire: ¿son tumbas? ¿Son lugares de enterramiento?

Veamos qué pasó con la momia del faraón Zoser de la III dinastía. En 1926, Gunn, en los trabajos de desescombro de la pirámide escalonada de Zoser, en Sakkara, encuentra en la cámara funeraria seis vértebras de una columna vertebral y parte de la cadera derecha de una momia. En 1934, Lauer y Quibell se introducen de nuevo en la cripta y encuentran la parte superior del húmero derecho, fragmentos de costilla y el pie izquierdo vendado con lino bañado en resinas. Lo más importante del hallazgo de estos restos es que la única entrada a la cámara que existía hasta entonces era un pequeño agujero practicado por los saqueadores, que imposibilita la introducción de otra momia de épocas posteriores. El estudio antropológico realizado entonces confirmó que se trataba de la momia del faraón. Eso, sumado a que la técnica de momificación del pie se ajusta a la III dinastía, no dejaba lugar a dudas sobre que la pirámide fuese la tumba del rey Zoser (Dyeser); ésos debían de ser los restos de su momia.

Se deduce así que al menos en la III dinastía esas pirámides llegaron a ser tumbas, aunque la tesis de que fueron únicamente lugares de enterramiento cada vez tiene menos partidarios por una sencilla razón inicial: apenas se han encontrado momias, ni ningún tipo de resto humano, salvo los vasos canopes, en el interior de las pirámides, lo cual no es una prueba definitiva, pues ha pasado demasiado tiempo como para que cada una de las más de cien pirámides encontradas no hayan sido saqueadas a conciencia incluso en la misma época de los faraones. A mediados de los años cincuenta el egiptólogo egipcio Zakaria Goneim descubrió una pirámide en la necrópolis de Sakkara en la que encontró un sarcófago cerrado y sellado del faraón Sekhemkhet (2700 a. C.). ¡Un sarcófago intacto de hace cinco mil años de antigüedad con un ramillete de flores sobre la tapa! Todo un acontecimiento arqueológico de primer orden. Lo abrieron y. estaba vacío. La explicación que dio Goneim es que la pirámide no era otra cosa que un cenotafio.

Nacho Ares, en su obra Egipto el Oculto (1998), cree que las pirámides pudieron convertirse en tumbas con el tiempo y que tan sólo tuvieron un carácter funerario en un segundo plano. En primer lugar, es un hecho que distintos faraones se hicieron construir varias pirámides, como le ocurrió a Esnofru, padre del rey Keops, al que se le atribuyen tres pirámides. ¿Tres tumbas? No parece lógico ni creíble.

En segundo lugar, a través de estudios comparativos que se han realizado entre pirámides y tumbas convencionales, se puede concluir que las llamadas cámaras del sarcófago, en la estructura de las pirámides, fueron construidas para albergar los restos mortales del propietario del monumento.

Las teorías más revolucionarias vienen de la mano del ingeniero Robert Bauval y de Adrian Gilbert, autores de El misterio de Orión 1995), quienes intentan demostrar el vínculo entre la constelación de Orión, la ubicación de las pirámides y el dios de los muertos Osiris, lo cual conectaría directamente la finalidad mortuoria de las pirámides con un claro propósito astronómico, que sería su principal objetivo. La orientación de sus canales y galerías está enfocada a esa constelación en la posición que debió de tener en el año 10.500 a. C. Es decir, que las tres pirámides de Gizeh reproducen en la Tierra la distribución de las tres estrellas centrales de la constelación de Orión. Y no sólo estas tres pirámides, sino también las de los faraones Diodefre, Zahaw el Ariani y Esnefru, que se corresponderían con otros tantos puntos de la misma constelación. ¿Con qué finalidad? Desde este punto de vista, las pirámides proyectarían el alma del faraón hacia su destino en las estrellas. Todo lo cual obliga a replantearnos si las pirámides llegaron a ser alguna vez tumbas, en su sentido estricto, o a reescribir la historia de Egipto de arriba abajo.

Sea como fuere, en las ciento catorce pirámides censadas y catalogadas hasta el momento no se ha encontrado aún ningún material concluyente que pueda conectarlas con una función de enterramiento, aunque sí están relacionadas con la muerte y la resurrección, por lo que es más factible suponer que tuvieron una finalidad múltiple. El error es catalogarlas todas como si tuvieran una única misión. Las pirámides atribuidas a Esnefru, Keops, Kefrén y Micerinos no sólo hay que separarlas del conjunto a causa de su envergadura y perfección, sino también porque no contienen en su interior la más leve pista de cuándo fueron edificadas, ni por quién, ni con qué motivos. Por el contrario, todas las demás pirámides están repletas de jeroglíficos, esculturas y relieves que hacen fácil su datación. Y si ello es así, también su utilidad puede ser diferente. Se han barajado teorías para todos los gustos, según la particular visión de cada investigador: servir como antenas emisoras-receptoras, como hitos geodésicos, como centros de observación astronómica, como templos iniciáticos o como archivo de conocimientos de civilizaciones desaparecidas.

Se podría decir que estas impresionantes pirámides eran sofisticados templos de poder de una secreta religión celeste que revela un conocimiento astronómico muy superior al que se venía atribuyendo a los antiguos egipcios.

miércoles, 23 de enero de 2019

LO QUE NO SABÍAS DE LOS RAYOS

Los rayos son un fenómeno natural que nos ha acompañado, fascinado y aterrado
desde que estamos en el planeta. Aún no los podemos explicar del todo, pero sabemos o creemos que sabemos, un
poco sobre ellos. Los rayos son electricidad con una potencia de hasta 30 millones de voltios y
una temperatura de hasta 30.000 GRADOS CENTÍGRADOS, cinco veces más caliente que la superficie
del Sol.

Un sólo rayo contiene suficiente energía para hacer 4.000 tostadas. Viajan a una velocidad de hasta 115.000.000 de kilómetros por hora y caen en la
Tierra más de 17 millones de veces al día, o unas 200 veces por segundo.

En Estados Unidos alcanzan a 400 personas al año. Los seres humanos son alcanzados por rayos diez veces más a menudo de lo que
debería ser según las leyes del azar.

Y es seis veces más probable que a los hombres les caiga un rayo que a las
mujeres.

Es peligroso pararse debajo de un árbol durante una tormenta pues si le cae un
rayo, la savia hierve, el árbol explota y dispara astillas por doquier. El roble, el álamo y el pino silvestre son los árboles más peligrosos. Los rayos... ¿caen?

Uno de los mitos es que los rayos siempre caen en la parte más alta de los
edificios. Pero resulta que no es cierto. Esto se debe a que los rayos no siempre caen: a veces salen del suelo y van
hacia el cielo. Hay rayos de nube a tierra, de nube a nube y, como éste, de tierra a cielo.

Esos rayos son conocidos como ascendentes y aunque fueron documentados
científicamente desde hace mucho, los avances en fotografía han permitido que en
los últimos años se estén pudiendo estudiar mejor, aunque siguen guardando
secretos.

90% de los rayos que alcanzan el edificio Empire State en Nueva York, por
ejemplo, son ascendentes.

Un fenómeno misterioso:

Realmente, no entendemos del todo el fenómeno de los rayos.

Sabemos que se producen cuando se acumula electricidad estática en las nubes, pero desconocemos cuál es la causa para que esto ocurra. Las mediciones de ese campo eléctrico hechas desde aviones y globos parecen
mostrar que es demasiado pequeño para iniciar un rayo: 10 veces menor de lo que
los modelos teóricos señalan que debería ser. En la República Democrática de Congo en 1998, cayó un rayo en una cancha de
fútbol durante un partido y mató a todos los integrantes del equipo visitante. Todos los jugadores del equipo local sobrevivieron.

Campanas en medio de la tormenta: Hasta finales del siglo XVII, en Europa se creía que el repique de las campanas
dispersaba los rayos. Por ello muchas campanas de iglesia llevaban la inscripción fulgura frango o
"rompo rayos".

"Vivos voco, mortous plango, fulgura frango", decían las campanas: Llamo a los
vivos, lloro a los muertos y rompo rayos.

Cuando venía una tormenta, los campanólogos se dirigían hacia el campanario más
cercano, que solía estar en el lugar más alto del pueblo. Hoy en día, se considera que por ello era el peor sitio donde estar.

Y lo era: sólo en Francia, entre 1753 y 1786 (cuando la costumbre fue prohibida). 103 campanólogos murieron pues les cayó un rayo. Cuando Martín Lutero estaba estudiando derecho en la Universidad de Erfurt, en
Alemania, le cayó un rayo... Convencido de que era una señal de Dios, juró volverse en monje. Dos semanas
más tarde lo hizo y pasó a la historia por inspirar el luteranismo.

"Un buen poeta es alguien que, al pasar la vida entera expuesto a las tormentas,
logra que lo fulminen cuatro o cinco rayos", Randall Jarrell (1914-1965).