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miércoles, 17 de febrero de 2021

HUBO ALGUNA VEZ LÁMPARAS PERPETUAS

En muchas historias clásicas y medievales, de claro matiz sobrenatural o religioso, encontramos relatos que hacen alusión al hallazgo de lámparas perpetuas, a luces que no se extinguen, a velas que no se consumen y a candiles sin aceite que no se apagan.


Según la leyenda, estas lámparas (la voz latina lucerna corresponde a la griega lycknus) ardían sin intermitencia en algunos templos de las divinidades paganas y se alimentaban de un líquido inconsumible. También se cuenta que al abrir algunas sepulturas se encontraron con «lámparas eternas», que se apagaron justo en el momento de profanar la tumba o el recinto donde se encontraban. Muchas de estas noticias se localizan tanto en la tradición judeocristiana de la Edad Media como en la del islam o de la Hermandad Rosacruz: lámparas que sirvieron para iluminar estancias sagradas de templos e imágenes religiosas y que fueron encontradas tras siglos de ocultamiento.


Uno de estos relatos se refiere al hallazgo de la imagen de la Virgen de la Almudena escondida por los cristianos durante la invasión musulmana en el siglo VIII. Fue encontrada por el rey Alfonso VI de Castilla, en el año 1085, al derribar la muralla que rodeaba la alcazaba de Madrid, conocida como la Almudayna. En el boquete abierto en la Cuesta de la Vega hallaron la Virgen Negra y, a sus pies, dos objetos parecidos a cirios encendidos que habían permanecido sin extinguirse durante los trescientos setenta años que estuvo escondida.


Este mismo soberano debía de tener un fino olfato en eso de localizar lámparas similares, pues también fue él el protagonista de encontrar (o mejor dicho, su caballo al arrodillarse en un determinado lugar de la mezquita, durante la reconquista de Toledo) un hueco en el muro y dentro de él un Cristo ahumado por una extraña vela que había permanecido milagrosamente sin apagarse durante más de trescientos años, de ahí que recibiera el nombre de Cristo de la Luz. Caso parecido es el de Nuestra Señora de la Luz, patrona de Cuenca, que fue localizada por el rey Alfonso VIII en una cueva junto al río Júcar, con un candil de plata encendido desde hacía varios años. Semejantes historias se cuentan respecto a otras imágenes de vírgenes, como la de Nájera, localizada en el siglo XI por el rey García Sánchez III.


Todas estas noticias nos llevan a formularnos una pregunta: ¿estamos hablando de meras supercherías o de una tecnología conocida por los sabios medievales del siglo VII y VIII, que habrían heredado de épocas anteriores, y que tan sólo utilizaron para esos fines tan piadosos? Hay mucho más de lo segundo que de lo primero.


Una lámpara incandescente fue hallada en Antioquía durante el reinado de Justiniano de Bizancio (siglo V) y una inscripción en la misma indicaba que había estado ardiendo durante más de quinientos años (sin vestales a su cargo que mantuvieran el «fuego sagrado»). Asimismo, el hallazgo en el año 1540 de una lámpara encendida en la tumba de Máximo Olibio, próxima a Atessa, Estado de Padua (Italia), alimentó aún más la creencia en estas lámparas inextinguibles.


Diversos autores latinos hablan de esta clase de lámparas en Roma durante los siglos II y III. Ya Pausanias, geógrafo griego del siglo II, describió una hermosa lámpara dorada en el templo de Minerva que podía estar encendida durante todo un año.


¿Y las hubo en el misterioso Egipto? San Agustín (siglo V) dejó una descripción de una lámpara maravillosa localizada en un templo egipcio dedicado a Isis, afirmando que ni el viento ni el agua podían apagarla. El jesuita Atanasius Kircher se refiere en su obra Edipo Egipcíaco (1652) a lámparas encendidas halladas en las bóvedas subterráneas de Menfis.


Por si fuera poco, durante el reinado anglicano de Enrique VIII (siglo XVI), se ordenó saquear y destruir muchas tumbas antiguas, descubriendo entonces que algunas de ellas contenían lamparillas que, inexplicablemente, aún estaban encendidas y que se remontaban al siglo III. Además, en ese mismo siglo, durante el papado de Pablo III (1534 a 1549), se encontró dentro de la tumba de Tulia, hija del célebre Cicerón, una extraña lamparilla que quince siglos después de haber sido encendida todavía ardía con una mortecina llama. Y hasta se asegura que uno de estos curiosos artefactos se localizó en la cueva ermita de Sant Salvador, en el macizo de Montserrat, datándose su antigüedad en el siglo XIII.


Ya sabemos que las leyendas suelen ocultar un poso de verdad y que hay que saber leer entre líneas. Por ejemplo, existe una alusiva a Roger Bacon, del que se dice que estaba poseído por el demonio hasta el punto de que éste le había regalado una parte del «fuego del Infierno», que le permitía leer y estudiar de noche para proseguir en su búsqueda de conocimientos. Esta leyenda nos está diciendo que Bacon, monje y alquimista medieval, había realizado otro de sus inventos científicos revolucionarios e incomprensibles para la gente de su época, cual era el gas de alumbrado gracias a la destilación de ciertos productos orgánicos, ya que sus coetáneos ni siquiera sospechaban la composición del aire y menos aún la existencia del gas combustible.


En la actualidad, dos de estas lámparas -apagadas- se pueden contemplar en el Museo de las Rarezas de Leyden, Países Bajos. Sobre las mismas, el profesor Hargrave Jennings da una posible explicación al enigma afirmando que los romanos y los helenos consiguieron el secreto de mantenerlas encendidas durante siglos por medio de la «oleaginosidad» del oro, convertido, mediante un proceso alquímico desconocido, en una sustancia líquida inapagable que hoy sería inencontrable y, por supuesto, siguiendo el juego de palabras, impagable.


Algunos autores se han aventurado a decir que estaban hechas con bloques de cristal y que el vinagre (o sea, el ácido acético) representaba en ellas un papel predominante. La teósofa Helena Blavastski, en su obra Lis sin velo, cuenta como ella misma vio construir, mediante diversas fórmulas ocultistas, una lamparilla que estuvo encendida durante seis años.


Los datos obtenidos en viejas leyendas y en yacimientos arqueológicos son más coincidentes que divergentes, llegando a la conclusión de que muchas eran lámparas que utilizaban mecha de amianto y que estaba prohibido tocarlas so pena de provocar una explosión capaz de arrasar toda una ciudad. ¿De qué tecnologías o fuerzas secretas nos están hablando estos relatos?


Tal vez la explicación la podamos encontrar en lo que nos dicen viejos textos judíos al afirmar que estas lámparas «proceden de los vigilantes del cielo».


        

jueves, 4 de febrero de 2021

SÓLO EL 60% DE LOS NIÑOS SE CEPILLAN LOS DIENTES.

Sólo el 60% de los niños de entre 6 y 12 años se cepilla los dientes tres veces 

al día, tal y como recomiendan los profesionales, y un 10% no lo hace diariamente, según pone de manifiesto el V estudio anual sobre Hábitos Bucodentales en niños realizado por Vitaldent en colaboración con la Universidad de Murcia...


Según este estudio, tan sólo el 60,6% de los niños se cepilla los dientes antes de irse a la cama, requisito fundamental para mantener una boca sana, ya que, durante la noche disminuye la formación de saliva en nuestra boca, un agente básico que nos ayuda a limpiar nuestra boca de bacterias. Asimismo, el 59,2% de los niños se cepilla los dientes después de desayunar y el 66,4% después de comer.


Aunque del estudio se desprende que el 99,6% de los niños tiene cepillo de dientes en casa, no todos se los cepillan a diario. Así, frente al 89,1% de los niños que lo hace diariamente, todavía un 10,9% no se cepilla los dientes todos los días.


Asimismo, el V estudio anual sobre Hábitos Bucodentales revela que el 86,2% de los niños españoles de entre 6 y 12 años ha acudido a la consulta del dentista alguna vez. Sin embargo, sólo el 59% de los niños fue para hacerse una revisión de carácter preventiva, mientras que el 41% acudió a la clínica para hacerse algún tratamiento.


MUELAS PICADAS Y GOLOSINAS


En lo que a salud bucodental, el estudio también refleja que el 12,7% de los niños tiene actualmente picado algún diente o muela y que el 42,7% de los niños que come dulces dos o tres veces por semana se ha tenido que hacer algún tratamiento dental.


Este dato desciende hasta el 36,8% entre los que comen dulces muy de vez en cuando. En este sentido, el 44,3% de los niños que come golosinas ha tenido que hacerse algún tratamiento, seguido con un 43,5% por aquellos que comen bollos y por los que toman chicles con un 43,3%.


Además de llevar a cabo este estudio, la Fundación Vitaldent ha organizado y puesto en marcha las II Jornadas de Salud Bucodental Infantil que se han celebrado este sábado en 130 clínicas de toda España con motivo del Mes de la Salud Bucodental.